Grimmer, el puente empedrado y el
viejo
Conversación ligera
Siempre fue parco y lacónico en la conversación, incluso no había ningún
atisbo de vida en sus ojos.
-¿Cómo se llamaba?
Johan Grimmer era su nombre, pero los pocos que le conocían y digo conocían
porque me resulta casi imposible de creer que realmente fueran sus amigos, más
que nada debido al carácter solitario de tan singular persona, pues le conocían
simplemente como Grimmer. ¡Qué discutan los psicólogos, si la timidez en una
persona puede ser tan intensa!
-¿Timidez?
Sí, timidez. Desde que me presentaron a Grimmer en una fiesta de la
universidad noté su falta y escasez de curiosidad y respuesta hacia los demás. Al
percatarme de su timidez decidí hacerme su amigo y apoyarlo a superar ésta.
-Mmm… ¿Dices que conociste a Grimmer en una fiesta de la universidad? ¿Acaso,
era compañero de algún curso en común?
¡Oh no, para nada! Grimmer estudiaba literatura y como sabes yo soy
estudiante de derecho. La fiesta era de la facultad de humanidades y mi
enamorada de ese entonces era estudiante de letras, compañera y quizá amiga de
Grimmer. Es decir, si alguien era un metomentodo sin duda ese era yo. Pero,
vayamos al meollo del asunto. Un día cuando tomé el coche para dirigirnos a la
universidad de Miskatonic, noté que Grimmer estaba sentado; sin embargo, él no
se dio cuenta de que yo había subido también, ya que estaba en el extremo
opuesto de un asiento de tres personas. Al llegar a la universidad bajamos y el
otro estudiante aparte de nosotros dos golpeó a Grimmer en la nariz con su codo
en su intento de bajar lo más diligente y descuidadamente posible; incluso
cuando Grimmer era el más cercano a la puerta del carruaje.
-¿Qué hizo Grimmer? Supongo, que le increpó la falta de educación al otro
estudiante.
No. Grimmer, no dijo nada. No profirió ningún reclamo y el muchacho que lo
golpeó se bajó sin más.
-¿Se bajó sin pedir disculpas?
Se debería esto a la timidez que yo había notado en Grimmer, pensé. Más
tarde, en el comedor, a horas del almuerzo él estaba formado en la fila para
recibir sus alimentos cuando un sujeto apareció de la nada y se colocó delante
de Grimmer mientras fraternizaba con el otro chico que había estado en la fila,
como para suponer que su amigo le había guardado el sitio. En ese momento, en
ese preciso instante pude ver en los ojos de Grimmer una latente indignación y
cólera que nunca habría imaginado que él fuese capaz de poseer. Sin embargo, él
no hizo nada.
-¿Pero por qué tú no hiciste nada?
Lo hubiese hecho, pero Grimmer se hubiese molestado conmigo; ya que no le
gusta que intercedan por él y se habría enojado más aún conmigo que con el
maleducado.
-Por lo que dices, Grimmer es tímido y hasta algo ingenuo ante el actuar de
los demás. En su lugar, yo habría lanzado vituperios y de ser necesario llegado
a golpes en el caso del carruaje; por otro lado, en el caso del comedor, le
habría increpado su falta de modales al grosero que se introdujo en la fila.
Tienes razón en lo dicho. Siempre me imaginé a todo escritor o estudiante
de literatura como un solitario en su escritorio creando historias increíbles y
cuyo requisito para crearlas fuera la soledad, pero Grimmer excedía mis
expectativas. Además de eso la falta de socialización lo convirtió en algo como
un niño inseguro ante los demás.
Hojas del diario de Grimmer
Sábado 15, abril de 1899
El viernes por la noche, descansando de los días de clases me fui a un
pueblo rural que no estaba lejos de la universidad y alquilé una posada, acto
seguido me fui a dar un paseo por tan encantador paisaje. Estaba caminando
mientras observaba con gran estupor los bellos prados, las vacas masticando
hierbas, árboles frondosos que daban alegría a los pajaritos que revoloteaban de
aquí para allá hasta que crucé un puente empedrado y mientras avanzaba escuché
una voz que decía “¡Hey, muchacho, aquí abajo!” Mientras colocaba mi brazo para
apoyarme en la pared baja y empedrada del puente pude observar a un anciano que
estaba cerca de la orilla del río debajo del puente, y que pronto ya había
captado mi atención. Aquel misterioso ser hizo gestos con la mano para que me
acercara y al bajar hacia donde se encontraba pude percatarme que el anciano
era extremadamente viejo, pero su vejez era superada por su deformidad, una
fealdad que era resaltada por la asimetría en su anciano rostro; y no sólo eso,
también vi disimuladamente que sus botas y gran parte de la vestimenta que
cubría sus extremidades inferiores estaban totalmente empapadas, como si hubiese
salido de aquel río.
El anciano me sonrió pero con cada articulación de sus músculos parecía
esbozar una sonrisa maligna y macabra, luego me dijo “eh muchacho, tengo algo
para ti y es exclusiva y únicamente para ti”.
¿Para mí? – le dije en forma de pregunta- ¿A qué se refiere caballero?
Son unas cápsulas, -pastillas dijo para aclarar- pero no cualquier clase de
capsulas. Es la capsula M. Te ayudará con tu “problema”.
Me ha confundido caballero –dije, pensando que eran drogas. ¿Además cómo
podría aquel vejestorio saber mi “problema”? – Mi problema, pero a qué problema
se refiere- le pregunté.
Poco te diré. Cuando la tomes te atreverás a hacer todo lo que deseas sin
la menor vacilación.
No necesito eso -dije, dudando aún de las capsulas- Pero sentimientos
similares a los que sintió Eva por la manzana del árbol del Edén me albergaban.
¡Oh, claro que lo necesitas! Es más, te haré un favor, toma este frasco de cápsulas
M sin pago alguno y si después de unos días confirmas que cumple el fin
mencionado regresas aquí, debajo del puente empedrado, a la misma hora, dentro
de dos semanas a comprarme más.
No tenía nada que perder pensé, aceptando el frasco de las dichosas capsulas
M.
19 de abril de 1899.
Caminaba por la acera de un parque, ya en la ciudad, para distraerme mientras del lado opuesto de la acera un
sujeto con bastón y sombrero de copa se cruza conmigo. Ambos paramos como
esperando que el otro de un paso al costado, pero en sus ojos se notaba cierto
aire de superioridad, sin duda alguna era un noble por la elegancia y forma
peculiar que tenía al caminar. Lo observo. Es un sujeto vestido finamente, pero
no quiero dar un paso al costado asintiendo y comprobando mi inferioridad hacia
él. Nos miramos, y él rompe el silencio despectivamente con “Da un paso al
costado muchacho” y yo dije burlonamente “Disculpe su majestad, pero por qué
habría de hacerlo”.
Antes de salir de la residencia universitaria tomé una capsula M y de
pronto sentimientos tumultuosos de poder recorrían mi ser y el orgiástico
convencimiento del verdadero efecto de las capsulas M me dispusieron a dar una
caminata por un parque al que llamo la zona de la mala suerte, pues siempre
ocurre algún acontecimiento inesperado que me pone de mal humor como si el
universo conspirará contra mí para arruinarme el día y la alegría que yo
pudiese tener en ese instante.
“Me vas a dar permiso o no” dice el detestable ser ante mí.
Usted está perdiendo el tiempo –digo- en lugar de pedirme permiso podría ya
haber dado paso al costado y seguir con su camino, caballero. Puede estar usted
totalmente seguro de que no le daré permiso.
El sujeto se pone fuerte y sin dar paso al costado camina hacia adelante y
me empuja bruscamente.
Tomé la capsula M por lo que esto no debería suponer ninguna dificultad me
dije a mí mismo. Toco instintivamente mi hombro previamente golpeado por la
brusquedad del sujeto aquel, creyendo que así el dolor menguara; y luego, le
meto un puñetazo en la espalda con toda mi rabia desprendida en cuestión de
segundos.
Empieza la pelea, y el mar de violencia que hay en mi proclama y pide su
roja *crubi; así que, golpeo sin mesura en mis actos y su elegante camisa
blanca y chaqué se ven enjugados del rojo interno del sujeto.
Yo también estoy algo golpeado. El infeliz me ha dejado el ojo izquierdo
totalmente morado; pero el resultado final, el sino ha salido a mi favor
otorgándome la victoria sobre aquel sujeto y así como Diomedes humilló a Héctor
en la Ilíada me dispuse a devolverle el favor dándole una fuerte patada en la
boca y volándole algunos dientes. Luego, le dije “Todo por no dar un paso al
costado” y me retiré a una taberna a probar suerte, pero después de aquel
suceso todo fue imperturbablemente pacifico por parte de los demás debo
resaltar.
*crubi = sangre en jerga nadsat.
22 de abril de 1899
Ayer, después de haber bebido copas demás leí en el periódico “Mujer es
degollada cerca de la estación central”. Vuelvo a leer con mayor atención y mis
ojos se detuvieron en la frase “lacra social”, aquella frase fue escrita en el
pavimento con la sangre de la víctima.
Pienso que puede que yo haya sido quien asesinó a esa mujer. Siempre he
pensado que eran unos objetos execrables, unos seres que contribuían a sacar lo
peor de nuestra sociedad, ya de por sí moralmente abyecta y repudiable e
infecta de decadencia.
No puedo regresar a la escena del crimen para asegurarme de no haber dejado
algo que pudiera revelar que yo era el asesino. La policía debe estar oculta y
esperando eso, precisamente, que el asesino regrese para eliminar pistas que
podrían llevar a su paradero. Toda esa noche estuve pensando ¿habré sido yo?
Siempre pensé que este mundo estaba rodeado de gente inmunda que merecía ser
eliminada, pero ¿llegar a matar? ¿Sería yo capaz? Maldición –pensé- no recuerdo
nada de aquella noche.
25 de abril de 1899
Hoy estuve totalmente aburrido y recordaba lo insufriblemente aburrida y
monótona que puede ser la vida. Así que decidí leer unos cuentos de E.T.A.
Hoffmann – Es para mí, la literatura, un escape del aburrido y nada interesante
mundo real- Esa noche, leí mi cuento favorito por milésima vez, “El hombre de
la arena”, seguido de “El huésped siniestro” y “La casa vacía”.
Hipnotizado por las lúgubres pero bellas palabras de Hoffmann, la prosa se
convertía rítmicamente en poesía, y decidí leer un libro de Baudelaire llamado
Paraísos artificiales en el que Baudelaire explica la creación de poemas bajos
los efectos de vino, hachís y opio.
Decidido a experimentar la metamorfosis mística de todos mis sentidos
fundidos en uno me drogué con hachís y empecé a escribir cualquier bagatela que
se me ocurriese.
Entre las pocas palabras decentes que escribí figuraba:
Tu corazón me niega los sentidos,
El alma y el razonamiento
Pero aun así reina de mi corazón
Siento el prodigar de tus dulces caricias
Tu corazón es lánguido,
Tu silueta mortal,
Y el estigio de tu cabello negro
Como el azabache más intenso, hondura sensual.
Recordaba a un antiguo amor. No escribo más del poema. Mi estilo es cursi y
me hace recordar a N..., y detesto a su tipo de poesía cursi que hace que al
hombre doblegarse ante la mujer despojándolo de todo orgullo y vanidad dignas
de cualquiera.
Quiero tener el estilo de Baudelaire, romántico pero atrevido… -Sí,
atrevimiento y picardía, en vez de cursilería- Así que recordando a mi mentor
no contemporáneo y a su vida descarriada me dirigí a un prostíbulo. Se refuerza
la teoría de que yo sea el asesino.
Antes de dirigirme a aquel paraíso escondido escribo:
“Vanina, tú eres mi hachís, mi jaco y mi speed”.
Una frase corta pero tiene melodía, algún día puede formar parte de un
poema.
*hachís = variante de marihuana.
27 de abril de 1899
He ido a cenar hace poco a un restaurante pequeño, podría decirse que era
un restaurante de barrio. Durante cada minuto que cené escuchaba incómodamente
una discusión de pareja. Según logré entender discutían por la infidelidad de
la joven que era hermosa, de cabello rubio y cuyo cuerpo era una epopeya. En el
trajín de la discusión el novio le propinó una fuerte bofetada a la joven.
Nadie en el lugar se atrevió si quiera a decirle algo a aquel energúmeno;
puesto que tenía la constitución atlética y musculosa. Cualquiera que hubiese
peleado contra él habría indefectiblemente perdido.
Me dije para mis adentros tomaré una capsula M más, le daré una lección a
este tipo, -aun si pierdo la pelea, pensé- ya que al compararme con él sabía
que no tenía oportunidad alguna de ganar. Mientras cogía una cápsula M pensaba “aun
si pierdo la pelea no se irá sin ojo morado alguno”. Ingerí la capsula y
nuevamente me invadió la sensación de seguridad y poder llevada al éxtasis.
Creía incluso que podía vencerle -pero es mejor asegurarse- Me dirigí a la mesa
de aquella pareja y agarre una jarra de vidrio y se la presenté violentamente
al rostro de aquel tipo. Él quedó desconcertado pero solo fue menos de un
segundo, y luego se abalanzó contra mí. Estaba siendo fácilmente superado pero
pude coger una silla con la mano derecha y con toda mi fuerza la lancé contra
su cabeza para desmayarlo. El sujeto era más recio de lo que había imaginado
pues no cayo, pero observé que se tambaleaba y hacía esfuerzo por no caerse. Luego,
le di un pequeño empujón para ayudarlo a caer y el sujeto ya no se puso de pie
más.
En ese instante, la novia de aquel tipo se lanzó contra mí y me rasguñó la
cara. Grité de dolor y luego la empujé a ella contra el piso. –Mujer loca, eso
es lo que me pasa por defenderla. Debería golpearte hasta que me produzca
placer tus lágrimas y suplica- Pagué mi cena, los daños y me retiré no sin
antes regalarle una fuerte patada en el estómago a aquella mujer.
No piensen que por ser mujer no debía golpearla, que aquello es de cobardes
y demás tonterías por el estilo. Particularmente, pienso que aquel que empieza
con la violencia física pierde el derecho a reclamar algo, sea hombre o mujer.
Después de todo vivimos en una época donde la mujer reclama igualdad. No habría
igualdad si yo no tuviera derecho a golpearla y ella sí a mí; de otra forma,
solamente le estaríamos otorgando favoritismos al género femenino.
Al llegar a casa fui directo a la cama y maté el dolor con unas siete
botellas de vino. El sueño me vencía y antes de ceder al agotamiento susurré
“Perra de Sodoma” y me dormí.
Tiempo Real (30 de abril de 1899)
Estoy ante un puesto de venta de periódicos, leo los de siempre y observo
con sorpresa “Otra mujer es asesinada”. Leo el artículo en el que dice asesino
deja otro mensaje en el pavimento, “Perra de Sodoma”. Más abajo leo “La víctima
es nuevamente una mujer que ofrecía sus servicios a caballeros dispuestos a
pagarlos”. Todo se ha confirmado, el asesino de prostitutas soy yo. El miedo no
me invade; por el contrario, una sonrisa se dibuja en mi rostro y me retiro,
soltando vehementes carcajadas, a encontrarme con el vetusto anciano que para
mí ya era el demonio mismo disfrazado de humano.
Lo veo, lo veo… y le pregunto por las capsulas M. Se ríe tan fuerte que
incluso el eco más sordo irrumpe el lugar trépidamente mientras que el anciano
desaparece evaporándose y pronunciando lenta y maliciosamente PLA-CE-BO.
